Manuel Quevedo: "El panteón viejo de Linares"

Manuel Quevedo: "El panteón viejo de Linares"
Cementerio Parroquial "San José" de Linares.

Una historia que los linarenses deben conocer


Por Manuel Quevedo Méndez (profesor y director de la Biblioteca Pública Municipal "Manuel Francisco Mesa Seco de Linares)

               El primer cementerio se ubicó a extramuros de la villa, hacia el norponiente de lo que después fue calle Yungay, conocido por muchos años como el panteón viejo. Este recinto se habilitó con posterioridad a 1805, y a la instalación de la parroquia, que aún dependía de Yerbas Buenas. 

Este reducido camposanto, no satisfacía a las autoridades y el Cabildo. En 1846, además de tener una Iglesia a medio construir, se deploraba no existir un cementerio público, sino un reducido panteón.

La situación obligó a muchos vecinos a sepultar sus deudos en el camposanto de Yerbas Buenas o de Talca, más amplio y en mejores condiciones que el de la naciente Villa de Linares. En todo caso, en el llamado Panteón Viejo están sepultados los restos de los fundadores, primeros regidores y vecinos del Linares del siglo XVIII.

Sin embargo, un año después esta inquietud era más acentuada entre los regidores de la villa. De esta forma, se convocó a un cabildo abierto del 20 de febrero de 1847, donde se analizó, con asistencia de 21 vecinos, la creación de un camposanto en el sector oriente de la villa, para lo cual era necesario comprar un sitio adecuado. En esta reunión se hizo una erogación de $ 139 y 6 reales con este objeto, con lo cual se creyó posible iniciar los trabajos en la próxima primavera. Es más, como ello era urgente, se comisionó el Padre José Vicente Jerez y Marcelo Ibáñez para levantar un plano del posible recinto, quienes cumplieron con su cometido en 20 días, siendo aprobado por el Cabildo y vecinos.

Un año después el Cabildo, presidido por el Gobernador Santiago Toro y Vergara, insistió en su afán de adquirir un terreno para el camposanto, siempre al oriente de la ciudad, pero la carencia de fondos lo impidió.

En el último tercio del siglo XIX, ya el cementerio primitivo se hizo estrecho y se producían escenas macabras. El Dr. José Joaquín Aguirre, quien visitó la ciudad en abril de 1894, junto al Dr. Alcibíades Vicencio, ambos integrantes del Consejo Superior de Higiene, dejaron un pésimo informe de este lugar: “A causa de sus reducidas proporciones, ocurre que las inhumaciones se practican materialmente unas sobre otras, de modo que en un espacio de cuatro metros cuadrados se entierran los restos de dieciséis personas. 

Anexo al cementerio común y fuera de sus muros, existe otro para variolosos, el cual carece absolutamente de cierro y hallándose las tumbas apenas cubiertas por ramas de espino. Dada la situación, no es de extrañar, que se produzca el hecho repugnante de que animales carnívoros vayan a remover las sepulturas cebándose en los restos allí inhumados”. 

Dada esta situación, el municipio decidió habilitar otro camposanto, que es en el lugar que hoy se encuentra. Pertenecía a José R. Vallejos y quedaba a 17 cuadras de la Plaza. Por su parte, encargó a Juan A. Alvarado -uno de los primeros maestros en su ramo que tuvo Linares- la responsabilidad de construir la casa de corredores que, daba al antiguo camino a Panimávida, curva que fue eliminada en la década de 1930 cuando se trazó la variante actual.

Para ello entregó temporalmente y sin traspaso de posesión este predio a la parroquia, por cuanto esa entidad cursaba las partidas de defunción antes que se creara el Registro Civil. De esta forma, y sin trámite notarial de por medio, la parroquia quedó administrando hasta hoy ese camposanto.

Esta decisión del Municipio produjo una ardua discusión en la prensa. Se debatía que, si el terreno del Cementerio había sido adquirido con fondos del municipio, por qué éste debía quedar bajo la tuición del párroco. A ello se agregaba, una disposición del Obispado de Concepción, donde declaraba como parroquiales todos los cementerios de su jurisdicción, Independiente de la forma de funcionamiento y de su construcción.

Varias veces, desde fines del siglo XIX, hasta bien entrado el XX, se debatió la idea de crear un Cementerio General, independiente de la autoridad eclesiástica. En 1929, el entonces Intendente David Hermosilla y el alcalde Juan Pablo Rojas, decidieron exigir del Obispo León Prado la entrega del recinto a la tuición de la Junta de Beneficencia, lo cual habría sido aceptado por el prelado, sin embargo, el traslado de la autoridad provincial y la renuncia de Alcalde Rojas, dejaron todo en suspenso. Diversos intentos posteriores no prosperaron.

En 1935 se reactiva la discusión referida al Cementerio de Linares, reiterándose que el terreno es municipal, pero administrado por el Obispado. Se expresa que el Camposanto debe volver a la corporación edilicia y ser dirigido por la Beneficencia. De esta entrega se acusa a un regidor quien realizó este traspaso sin efectuar las consultas del caso.

El Panteón Viejo, no tardó en convertirse en un huerto de naranjos, perales y nogales y en una viña de uva país, cuyos frutos resultaron de gran tamaño por la abundancia de sustancias calcáreas y fosfóricas que había en el suelo. 

En las tierras del antiguo Panteón Viejo se concluyó la construcción a fines de febrero de 1967, de la actual población Magisterio, destinada a ser entregada, con facilidades, a los maestros. Sin embargo, las casas no fueron terminadas en sus detalles y tardaron en ser habitadas. La villa ha ido creciendo y hoy es una zona muy poblada.

El 18 de enero de 1956 Dominga Cuéllar compra a Jorge Costa cuatro hectáreas de tierra en un millón de pesos, ubicadas en el camino a Panimávida, con la finalidad de donarlas al Obispado, para la habilitación de un Cementerio Católico. El proyecto, sin embargo, no logra realizarse.

Cementerio Parroquial San José de Linares

En el ángulo nororiente, sobre el antiguo camino de Panimávida y al lado del fundo Bellavista de Pablo Laborié, se encuentra el Cementerio Parroquial San José ubicado en un retazo de suelo de 250 metros de largo por 125 de ancho, que dista 17 cuadras de la Plaza y 14 de la Estación.

Una avenida de 4 metros de ancho forma dos porciones iguales en que las sepulturas de tierra se alternan con las bóvedas, mausoleos y nichos construidos en diferentes sectores. 

No hubo -como algunos creyeron- el deseo de perjudicar al señor José R. Vallejo, quien era dueño del fundo Bellavista. La estrecha unión que existía entre el ayuntamiento y la curia determinó su entrega a la vigilancia y administración de la parroquia, puesto que ésta era la que antes de 1885 tenía que entenderse con los certificados de defunciones. 

Desde sus inicios no hubo ítem en el presupuesto anual para su conservación y mantenimiento, de ahí que desde su creación estuvo en el más completo desamparo, debido a que las entradas percibidas por los derechos de sepultación eran escasas; en vista del abandono -que se notó desde que entró en servicio-, algunos regidores manifestaron la conveniencia de exigir un mayor cuidado o la entrega a la municipalidad, su verdadera propietaria. 

En 1892 aparecen las primeras campañas de prensa iniciadas por Julio y Eduardo Grez Padilla, y Manuel Sepúlveda y Parra, y ratificadas en el municipio por Luis T. Fiegehen, en las cuales se pedía la creación de un Cementerio General si no se conseguía la transformación del parroquial. 

Después de lo que en 1892 exigía Luis T. Fiegehen -con toda la autoridad de su palabra-, lo único que se consiguió fue la plantación de una serie de eucaliptos en cada espacio donde no había tumbas de albañilería. Cuando pasaron los 30 años perdieron toda su belleza y fueron un peligro, por tal motivo debieron ser arrancados en 1930. 

Al sencillo corredor de entrada se le dio un aspecto ojival que contrasta notablemente con el estilo del resto del edificio. La avenida central fue embaldosada hasta el Calvario, y se le dio el nombre de León Prado, cuyos restos reposan en sarcófago de mármol en la iglesia parroquial; y a la avenida contigua de la entrada (lado poniente) y perpendicular a la anterior se la designó con el nombre de Delfín del Valle, cuya sepultura nunca ha sido reparada ni menos cubierta de flores como una evidente demostración de poco reconocimiento. (Bibliografía: Las calles de Linares, 1945. Historia de Linares, Jaime González Colville, 2018. Fotografía: entrada cementerio parroquial, 2020)