Carla Alegría Vásquez: del error al espectáculo, el arte de mentir con estilo

“Hablando dicho lo anterior, concentrémonos en Linares donde tenemos una figura política que encarna ese fenómeno de interpretación cruzada. A quienes le aprecian le llaman ‘Marito’, con ese diminutivo que evoca cercanía y cariño. Sus detractores, en cambio, no escatiman en descalificativos. Pero en algo coinciden —aunque no siempre lo admitan—: hay una cantidad considerable de errores que no nacen sólo del sillón alcaldicio, sino de una comunidad que, por desconocimiento o comodidad, ha confundido al alcalde con un monarca o un animador local y pocos hacen mucho para visibilizarlo. Lo que ya raya en lo grotesco es escuchar que ahora son los concejales quienes ‘mienten’. Que todo se trata de una estrategia para distraer, ¿un montaje?, como si fuera normal gestionar recursos y ocupar cargos en áreas que no corresponden, todo con tal de que ‘la fiesta siga’”, expresa la cientista política
Por Carla Alegría Vásquez (cientista política, politóloga y experta en desarrollo organizacional y políticas públicas)
Para algunos, esta columna sonará como un elogio. Y eso está bien. Porque esa es precisamente la naturaleza de las columnas de opinión: uno escribe desde la observación crítica, desde una mirada que se construye entre hechos y percepciones, pero es el lector quien completa el sentido, quien le pone tono, acento y destinatario final. No es raro que lo que se pretendía como una alerta suene a aplauso; o que un comentario irónico se tome como respaldo. Así que declaro el punto de que las comparaciones podrían tener interpretación cruzada.
Hablando dicho lo anterior, concentrémonos en Linares donde tenemos una figura política que encarna ese fenómeno de interpretación cruzada. A quienes le aprecian le llaman “Marito”, con ese diminutivo que evoca cercanía y cariño. Sus detractores, en cambio, no escatiman en descalificativos. Pero en algo coinciden —aunque no siempre lo admitan—: hay una cantidad considerable de errores que no nacen sólo del sillón alcaldicio, sino de una comunidad que, por desconocimiento o comodidad, ha confundido al alcalde con un monarca o un animador local y pocos hacen mucho para visibilizarlo.
Esos errores, que bien podríamos llamar no forzados, están hoy de moda. En política, se premia más el realismo visceral que la gestión coherente. Y cuando se cae, no importa tanto el motivo, mientras se caiga haciendo ruido, señalando enemigos, inventando batallas. Si se está denunciado por presuntos delitos graves, lo importante no es aclarar, sino desviar. Lo importante no es pedir perdón, sino acusar al otro de mentiroso.
En este guión, tan cercano al que se adscribe Trump —con su manual de provocación y fake news—, las redes sociales cumplen su rol con entusiasmo: son caja de resonancia de una política donde el juicio crítico se sustituye por la reacción emocional, y donde los seguidores buscan su propio minuto de gloria como si la astucia de seguir a un líder impune los volviera inmunes a la caída.
Supongo, aunque tal vez suponga demasiado, que quienes leen esta columna han seguido el devenir político de la comuna los últimos cinco años. Que han visto cómo los silencios se acumulan, cómo los encubrimientos se toleran y cómo los partidarios más cercanos del edil han preferido aplaudir su resistencia en vez de pedirle explicaciones. Dicen que saldrá de esta “encerrona a su figura”, como si lo grave fuera la trampa ajena y no los actos propios.
Lo que ya raya en lo grotesco es escuchar que ahora son los concejales quienes “mienten”. Que todo se trata de una estrategia para distraer, ¿un montaje?, como si fuera normal gestionar recursos y ocupar cargos en áreas que no corresponden, todo con tal de que “la fiesta siga”.
La ignorancia, esa que algunos ven como virtud política, ha reinado con comodidad en la zona, y hay comunas que ya están copiando el modelo. Bienvenida esta nueva forma de hacer política —si es que todavía queremos llamarla así—, pero que no se nos olvide que siempre hay un puñado de personas que observa, que espera. Y aunque la compra de lealtades y la manipulación de narrativas intenten prolongar el desenlace, las cosas —casi siempre— terminan donde deben caer.
El espectáculo puede continuar, pero el telón siempre cae. Y cuando eso ocurra, más de alguno correrá a buscar un nuevo protagonista al que aplaudir sin leer el libreto.
(El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Séptima Página Noticias).