Por Carla Alegría Vásquez (cientista política)
En el mundo hay 195 países ampliamente reconocidos: los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas, más el Vaticano y Palestina como observadores.
De ellos, solo 18 están liderados por mujeres con el título de presidenta, lo que equivale a apenas un 9,2% de representación femenina a ese nivel de poder.
Este dato —sólido, simple, contundente— no solo revela el techo de cristal, sino también la profunda asimetría en la toma de decisiones políticas a escala global. Aunque en muchos rincones del mundo se proclama la igualdad de género como un ideal, las cifras nos devuelven a la realidad: más del 90% de los países son presididos por hombres.
En este contexto, Chile se prepara para una elección presidencial el próximo 16 de noviembre de 2025, en la que por primera vez en muchos años hay varias mujeres con posibilidades reales de llegar a La Moneda. Entre ellas, Jeannette Jara —candidata oficialista— y Evelyn Matthei —figura de la derecha—. ¿Se presentarán más candidatas a la carrera presidencial o seguirán bajandose para apoyar a las campañas que tienen bien poco de planes de igualdad?
Otras preguntas inevitables son : ¿Se sumará Chile a ese escaso pero crucial 9,2%? ¿Volverá a tener una mujer al mando del país casi dos décadas después de Michelle
Bachelet?
Pero hay un ángulo menos visible y más complejo que también merece reflexión. Aunque es evidente que muchas veces los hombres ningunean, desacreditan o invisibilizan a las mujeres en política, también lo es que algunas mujeres —educadas bajo estructuras sexistas, competitivas y patriarcales— reproducen esas mismas lógicas. Mujeres que en vez de apoyarse, se ponen trabas.
Mujeres que han sido formadas para competir con su propio género como si hubiera una sola silla disponible. Mujeres que han escuchado tanto que "las mujeres no sirven para liderar", que han comenzado a creérselo... o a usar ese juicio contra otras.
La misoginia no solo viene de afuera: también puede venir desde dentro. Y a veces, la resistencia más feroz a una mujer Presidenta no está en los discursos machistas explícitos, sino en esos silencios cómplices, en esa crítica más exigente, en ese comentario hiriente que viene de una mujer hacia otra. Desde esta perspectiva, la elección presidencial chilena no es solo una contienda electoral. Es también un espejo internacional. Es una oportunidad para sumarse al cambio global en el liderazgo político, y para revisar nuestros propios prejuicios. Para preguntarnos qué
tipo de país queremos ser: ¿Uno que sigue multiplicando hombres en el poder, o uno que comienza a equilibrar la balanza con decisión y sin complejos?