Chile 2025: ¿Más democracia o más decepción?

"El clientelismo no ha desaparecido. Las candidaturas heredadas', los pactos entre cuatro paredes y el peso del dinero siguen condicionando la competencia, especialmente en zonas rurales o con alta vulnerabilidad social. Aunque han surgido liderazgos jóvenes y propuestas nuevas, muchas y muchos aún encuentran las mismas trabas: falta de financiamiento, escasa visibilidad y un sistema partidario que —aunque hoy más abierto— sigue resistiéndose al recambio real", plantea la cientista política. Carla Alegría Vásquez
Por Carla Alegría Vásquez (cientista política)
En septiembre de 2011, Genaro Arriagada advertía con fuerza —a través de una columna en CIPER— sobre el desgaste del sistema político chileno. Señalaba la desconexión de los partidos, el dominio de las élites en la definición de candidaturas y la peligrosa relación entre dinero y representación. Su tono era urgente, casi apocalíptico, y usaba el miedo no como manipulación, sino como un llamado de alerta: si no reformamos nuestra política, perderemos no solo la confianza ciudadana, sino la democracia misma.
A catorce años de ese texto, ¿podemos decir que estamos mejor? ¿Acaso los cambios impulsados —como el fin del sistema binominal, el voto voluntario y el aumento de candidaturas independientes— han fortalecido nuestro sistema político? ¿O solo maquillaron una estructura aún desconectada de la ciudadanía?.
Hay más opciones, sí. La lista de candidatos a senadores, diputados y a la presidencia es amplia. Pero eso no significa necesariamente que estemos frente a una política más sana.
En muchos casos, la proliferación de listas desordenadas no responde a una apertura democrática, sino a una fragmentación peligrosa. Se multiplican los nombres, pero se diluyen los proyectos colectivos. Ese exceso de oferta, lejos de enriquecer el debate, lo vuelve más difuso. Se habla más de rostros que de ideas, más de slogans que de programas.
El clientelismo no ha desaparecido. Las candidaturas “heredadas”, los pactos entre cuatro paredes y el peso del dinero siguen condicionando la competencia, especialmente en zonas rurales o con alta vulnerabilidad social. Aunque han surgido liderazgos jóvenes y propuestas nuevas, muchas y muchos aún encuentran las mismas trabas: falta de financiamiento, escasa visibilidad y un sistema partidario que —aunque hoy más abierto— sigue resistiéndose al recambio real.
Y, sin embargo, no todo es pesimismo. La elección presidencial que se avecina —junto con la elección de diputados y senadores en algunas circunscripciones— nos invita a observar con atención. ¿Qué dicen los programas? ¿Qué ideas hay detrás de cada rostro? ¿Qué rol jugarán los partidos en este proceso? ¿Serán capaces de articular algo más que candidaturas individuales? ¿Responderán a las urgencias sociales o seguirán encerrados en sus propias lógicas?
Hemos visto los tropiezos de algunos candidatos e incluso de la vocería de gobierno en su retorno. Lo complicado que ha sido explicar propuestas —sobre todo en áreas sensibles como economía y seguridad— es evidente. No es tarea fácil —no me malinterpreten—, pero
precisamente porque es compleja, vemos cómo muchos se enredan al intentar explicarla.
Además, Chile y el mundo siguen envueltos en decisiones incongruentes que terminan afectándonos a todos, aunque sean unos pocos los que deciden por la mayoría.
En estos meses, el llamado no es solo a votar, sino también a observar, preguntar, incomodar. Exijamos campañas limpias, transparentes, conectadas con las urgencias reales: vivienda, salud, descentralización, medio ambiente y, por cierto, una democracia viva y participativa. La política es demasiado importante para dejarla en manos de unos pocos. Y también, demasiado importante como para seguir alimentando su desprestigio sin involucrarnos.
Las listas de candidatas y candidatos de nuestra zona ya están disponibles. Rostros nuevos y no tan nuevos. Pocos jóvenes, como es la tónica constante. Y pocas opciones que se salgan del molde. El fenómeno del sector sigue siendo Francisco Pulgar, quien asegura ser el candidato de la comunidad. Sin apoyo de partidos ni pactos, el ex candidato a gobernador y diputado por el Distrito 17 ahora va por la senatorial, pese a los cargos que —según él— son malintencionados y provienen de los mismos próceres que le mienten a la gente diciendo que trabajan por ella.
Es un caso a nivel nacional digno de atención, sobre todo por los antecedentes respecto a la “campaña sucia” para que pierda su credibilidad como servidor social y divulgador de la crisis ambiental y de las decisiones de desarrollo que se contraponen a la mantención o mejora de la calidad de vida de sus habitantes territoriales, como él señala. Para muchos, Pulgar sigue cumpliendo con varios requisitos fundamentales como el vivir en la zona, no ser candidato de relleno como Felipe González, ni el hijo de, como Coloma, ni impuesto, como es el caso de Vodanovic o Sánchez.
¿Y por qué tanto interés? Porque el próximo 16 de noviembre de 2025, solo siete regiones de Chile renovarán a sus senadores, ya que el Senado se renueva por mitades cada cuatro años. Las regiones que elegirán nuevos senadores en 2025 son:
● Arica y Parinacota (2 senadores)
● Tarapacá (2 senadores)
● Atacama (2 senadores)
● Valparaíso (5 senadores)
● Maule (5 senadores)
● La Araucanía (5 senadores)
● Aysén (2 senadores)
Saque sus propias conclusiones, pero podrá darse cuenta de que Valparaíso y el Maule son grandes trofeos. Usted tiene el poder de revisar el historial de los candidatos. Depende de usted tomarse el tiempo para evaluar las posibilidades. ¿Va a votar de forma estratégica o inocente? ¿Le importa “ganar” o votar por convicción? Cualquiera sea su decisión, no podemos desconocer que, como ciudadanas y ciudadanos, tenemos una tarea: no volver a votar “en automático” ni quedarnos en el eslogan fácil de que “todos son iguales”. También los jóvenes tienen una gran responsabilidad: aprender a dialogar con sus familias sobre este escenario, romper la apatía y generar conversaciones que importan.
En 2011 se hablaba de reforma política; en 2025, hablamos de reconstrucción de la confianza. Las reformas que se impulsaron no fueron suficientes o no fueron bien implementadas. No resolvieron el problema de fondo: la desconexión entre el sistema político y la ciudadanía. Hoy, las demandas son otras, y las mejoras no han significado un cambio sustancial en la calidad de nuestra democracia.
Quizás por eso, la pregunta que sigue vigente es: ¿cuánto más podemos aguantar sin transformar, de verdad, la política? Reformar de verdad la política exige más que ajustes técnicos. Significa transparentar el financiamiento electoral, abrir los partidos a la ciudadanía, fortalecer la democracia interna y garantizar mecanismos de participación real y vinculante en las decisiones públicas. Implica además educación cívica permanente, no solo en las escuelas, sino también en medios, redes y organizaciones comunitarias. Pero sobre todo, reformar la política implica recuperar el sentido del bien común, sacando del centro a los egos y devolviéndole protagonismo a las comunidades. Solo así dejaremos de votar entre lo menos malo y podremos empezar a construir un país que nos represente de verdad. Si hay algo que cambió desde 2011, es que hoy no tenemos excusas para no informarnos: estamos bombardeados de información. La pregunta que nos interpela en 2025 es clara: ¿queremos construir más democracia, participando con convicción, exigiendo transparencia y recuperando el bien común, o seguiremos alimentando la decepción, votando por inercia y dejando que los egos decidan por nosotros? Chile —de verdad— solo mejorará si nos involucramos con responsabilidad y coraje.